domingo, 6 de marzo de 2011


¿Cómo fue robado el periódico Excélsior a sus trabajadores?

Miércoles, 02 julio de 2008.
Desde México, por Claudia Molina

Hace más de 5 años, la Sociedad Cooperativa Excélsior contaba con al menos mil trescientos socios y se alzaba para alcanzar una madurez profesional que muchos medios soñaban.


Sin embargo, en medio de éxitos y logros que sus trabajadores lograban, surgió un hecho que empaño la alegría de los funcionarios. Una trama, urdida desde el poder gubernamental -presidido en la época por el presidente Vicente Fox-terminó por ver realizado su siniestro propósito: descabezar a una institución periodística, misma que en la cúspide de su desempeño se había constituido, para Luis Echeverría Álvarez, en un obstáculo para alcanzar sus fines de promoción personal, inspirado quizás en ese procaz refrán de que "cuando se mata desde el gobierno, los culpables son los muertos".

Luís Echeverría Álvarez fue presidente de México durante el sexenio de 1964 a 1970 y, responsabilizado en el año 2006 como responsable de genocidio en contra de los estudiantes de Tlatelolco realizado en Octubre de 1968 por lo que se dictó orden de prisión preventiva, arresto domiciliario en julio de 2006 a pocos días de las elecciones presidenciales en México.

EL INICIO DE LA PESADILLA

¿Cómo entender que un grupo, de no más de diez sujetos y de talla menor, hayan logrado vencer la voluntad de ochocientos socios para llevarlos a destruir su propia obra y terminar, como podemos constatar ahora, unos muy ricos, de una riqueza ilegítima y oprobiosa y otros, los más, despojados y en la ruina económica y moral?

En el caso de la infausta historia de la Cooperativa Excélsior, es necesario destacar como primera y fundamental razón de su debacle, la superficial idea que una buena parte de los socios tenían de la misión social y el compromiso histórico, que corresponde asumir a un medio de comunicación nacional, y que implicaba una insoslayable responsabilidad ética y una fidelidad a los requerimientos de un tiempo particularmente convulso. Una falla central en la vida de la institución fue la omisión —o el olvido deliberado— de organizar programas de comunicación y educación cooperativa, conceptos convergentes indispensables para forjar, a través de una sistemática reflexión, un ethos "excelsiorano": un carácter, un modo de ser, una manera de ver el mundo y asumir valores, dicen hoy los representantes de “El Grupo”

COOPERATIVISTAS DE EXCÉLSIOR: TRABAJO COOPERATIVO

El trabajo cooperativo tiene la finalidad prioritaria e indiscutible de allegarse los medios suficientes para que el trabajador solvente sus propias necesidades y las de su familia, en igualdad de circunstancias. En el caso específico de Excélsior, es evidente que por la propia naturaleza de la obra a que la labor de los socios convergía, adquiriese responsabilidades que lo vinculaban a compromisos que iban más allá de los afanes de utilidad monetaria para trascender en el cumplimiento de un destino aceptado.

Pero en este caso, los hechos se dieron de manera inversa. El 18 de marzo de 1969, ante mil cooperativistas, Julio Scherer fijó su ideario y el nuevo rumbo laboral y ético de la cooperativa diciendo: "Excélsior cumple su misión de informar y educar. Tiene un objetivo, una meta: LA VERDAD. Para alcanzarla ha adoptado una actitud: la buena fe. Nuestro trabajo tiene, más que un contenido político, una razón moral: la lucha incesante por la verdad sólo comparable a un fenómeno de la naturaleza: imposible de ocultar, imposible de contener." Esa fue la única oportunidad en que el director comunicó a los socios, con claridad y emoción, los fines y el ideario de las publicaciones de Excélsior. Oportunidad inmejorable hubiese sido, de cara al futuro, convocar a los socios —sobre todo de talleres y administración— a reflexionar sobre el significado de un texto tan definitorio. Las circunstancias que enfermaron la solidaridad cooperativa fueron congénitas.

En efecto, Excélsior nació bajo el amparo del llamado "periodismo industrial", cuyo molde fue el Imparcial, cuna de la publicidad como primera fuente de ingresos. Rafael Alducin, un hombre de mediana cultura, empresario, según lo recuerda el periodista Marcelo Castillero del Zas, que fundó Excélsior el 18 de marzo de 1917. Para fortuna de la naciente publicación, participaron en la aventura personas talentosas. En pocos meses, Excélsior ganó el favor del público lector; desafortunadamente, a los siete años de su fundación, a la edad de treinta y cinco años, falleció Rafael Alducin. A su muerte, y bajo la dirección de sus familiares, Excélsior transitó por una ruta azarosa de acciones y anhelos fallidos.

Como resultado de una política editorial oscilante y corrompida, quedó preso entre las pugnas de los políticos, situación que finalmente obligó a la empresa a declararse en quiebra financiera. La consecuencia de tan aciago destino dejó en el ánimo de los trabajadores sólo desesperanza y ansiedad por un porvenir incierto. Sin embargo, junto con trabajadores de redacción y administración, los tipógrafos formaron en la etapa adversa un entretejido de voluntades que trocaron la desesperanza en el inicio de una aventura que vinculó a los 248 trabajadores en una organización inédita en la rama de artes gráficas: una sociedad cooperativa.

Dos fuertes pugnas dentro del periódico
Con el advenimiento de esta nueva forma laboral se instauró en el grupo una fe solidaria basada en una honesta conciencia individual. Y bajo este expediente se inició la etapa heroica de la sociedad cooperativa, que en pocos años se consolidó como la primera institución periodística de influencia nacional, bajo la dirección inteligente y firme de dos personajes que con el tiempo se volvieron míticos: don Gilberto Figuesroa y don Rodrigo de Llano.

Don Gilberto, hombre de origen humilde, oriundo de Puente de Ixtla, Morelos, contador público, de naturaleza franca y bondadosa, pronto instauró un liderazgo moral cuasi religioso. Hombre inteligente, organizó la administración de la cooperativa con una eficiencia ejemplar que en poco tiempo se consolidó como una empresa próspera con una gran estabilidad contable y financiera. Don Rodrigo, originario de Monterrey, en su juventud fue reportero y, posteriormente, jefe de información del Imparcial. En 1914 fundó una agencia de publicidad en Nueva York. El 11 de marzo de 1924 fue designado director de Excélsior.

No obstante, mantuvo su agencia de publicidad durante muchos años; se ausentaba de Excélsior seis meses de cada año para atender su negocio. Personaje hosco, dispar del propio espíritu popular de la cooperativa, ajeno casi siempre de los avatares cooperativos, de una ajenidad casi aséptica, tuvo sin embargo la virtud de implantar en la redacción del rotativo una técnica moderna de redacción y una estricta disciplina reporteril que, sin duda, constituyeron el cimiento que consolidó a Excélsior como la institución periodística más importante en el país.

En las horas de producción, los talleres de la cooperativa se convertían en un recinto de laboriosidad animada y dialogante entre elementos de redacción y de talleres. Excélsior era un orgullo, un anhelo y un destino para los trabajadores. Durante los treinta años que duró el caudillaje de don Gilberto y don Rodrigo, la cooperativa navegó aparentemente bajo una genuina vida igualitaria y fraterna.

La verdad es que se había constituido un autoritarismo soportado por dos lógicas y dos centros de poder que generaron cada cual una cauda de favorecidos. La política editorial de don Rodrigo se conducía bajo una directriz equilibrada pero convenenciera y domesticada. La mayoría de los colaboradores de las páginas editoriales, adictos a la política estadunidense, combatían con tenacidad cualquier asomo de izquierdismo. La mayoría de los reporteros gozaban de privilegios concomitantes a su trabajo pues, a más de su paga semanaria, buena parte de ellos disfrutaba de las prebendas económicas que el aparato corruptor del sistema otorgaba. Una minoría dorada se distinguió siempre por su inflexible honestidad y fue, sin duda, el semillero que generó el nuevo Excélsior. Con un apacible y simulado conformismo. Transcurrió así la segunda etapa en la vida del periódico.
Se viene la turbulencia

A la muerte de Gilberto Figueroa, en 1962, se advirtieron presagios de turbulencia. Las ambiciones soterradas se habían desatado y con ellas la intriga y la calumnia. Con la animadversión de más de la mitad de los socios y bajo la presión de don Rodrigo, Jesús García llegó a la gerencia. Hombre gris de una animosidad torva, cometió innumerables errores a causa de los cuales recibió una jubilación forzada. A unas cuantas semanas de la muerte de don Gilberto, en enero de 1963, Rodrigo de Llano murió. La asamblea de socios eligió por aclamación nuevo director a Manuel Becerra Acosta, de ochenta y tres años de edad. Becerra Acosta, con una amplísima experiencia periodística —asesorado por Julio Scherer— nombrado a la sazón su auxiliar, dio un giro significativo a Excélsior. Con la designación de colaboradores de excelencia en las páginas editoriales, nuevos aires entraron a la cooperativa, conmocionando la placidez de un microcosmos casi idílico pero que, en su seno, solapaba intereses establecidos a lo largo de décadas, bajo la máscara de ser defensores de una ideología conservadora, tradicional del periódico.

En agosto de ese mismo año muere Manuel Becerra Acosta. Nueva marejada trastorna la vida cooperativa: la necesidad de elegir nuevo director. Se hacen evidentes posiciones que postulan a dos personajes: Julio Scherer y Víctor Velarde. Julio representaba una posición honesta y progresista; por el otro bando, Víctor Velarde, hombre de empaque ambiguo, encarnaba el statu quo ventajoso para algunos. En una asamblea animada y excitada se eligió a Julio Scherer el 31 de agosto de 1968. Más pronto que tarde afloraron las inconformidades de quienes advirtieron el cercano fin de sus privilegios.

Los asistentes del ya fallecido Rodrigo de Llano, Bernardo Ponce y Armando Sosa Ferreiro, exégetas de una ideología "patriótica" fundada en el mantenimiento del orden existente dentro y fuera de la cooperativa, fueron los primeros en promover la intriga y la calumnia en el seno de la cooperativa. Lo que realmente representaban era la codicia, la petulancia y el resentimiento; animosidad que lograron permear hacia la masa de cooperativistas.
Desde esta posición de poder, iniciaron una despiadada lucha a muerte contra el gerente y el director, faena que concluyó con la expulsión del grupo. Subvencionados por el gobierno, los expulsados persistieron en su empeño durante años, sin resultados visibles. Lograron, no obstante, esparcir la cizaña que produjo grietas en el cuerpo social. A pesar del deplorable episodio, Julio Scherer y Hero Rodríguez Toro, en los años que permanecieron al frente de la cooperativa, consolidaron el prestigio y la prosperidad económica de la sociedad y la llevaron a la cúspide del periodismo nacional y latinoamericano. Para infortunio de la cooperativa —una vez más— siniestros personajes, heridos por el resentimiento contra un mundo que no quiso darles la estimación que a sí mismos se concedían, conspiraban y alimentaban ambiciones ilegítimas.

Esperaron con astucia socarrona las condiciones propicias para que el gobierno auspiciara un nuevo atropello contra la cooperativa, aprovechando el nicho de inquietud que aún permanecía en el seno de la institución. Por ausencia de una educación activa y una comunicación eficaz, lamentablemente se fue pervirtiendo ese sustrato convivencial solidario para devenir en relaciones de conveniencia producto de un patrimonialismo colectivo irracional.

Durante meses y mediante invitaciones grupales a restaurantes caros y prostíbulos, promesas de vivienda por uno de los actores conocido justamente como "el Promesas" quebrantaron con vileza la cohesión que dio esplendor a la cooperativa, convenciendo a casi la totalidad de los trabajadores de talleres, algunos de administración y redacción, de supuestos hechos de corrupción y del menosprecio clasista que los integrantes de la redacción sentían por ellos. La interpretación enrevesada de este mendaz argumento fue suficiente para hacer causa común con los bribones, afirma el periodista del Zas, que ha seguido de cerca toda esta trama.

En una asamblea amañada, los mejores elementos de la cooperativa salieron signando un final casi preescrito. Los desleales tránsfugas, algunos de los cuales ahora pretenden lavarse la cara, tenían claridad en sus ambiciosos fines. La otra cara del drama, los ochocientos o más cooperativistas, no tuvieron la capacidad reflexiva de advertir que al votar contra los dirigentes de la cooperativa también votaban contra su propia obra, su patrimonio y la importancia que la misma representaba en el contexto nacional.

La tesis que expone el periodista, es que “el resto del quórum de cooperativistas obnubilados padecían de una incapacidad para pensar”. El pensar como hábito de examinar y de reflexionar es una actitud que otorga capacidad y lucidez a los hombres contra el engaño, la torpeza y la maldad. La ligereza que conduce al error se debe a la renuncia de esa capacidad valorativa y a la indolencia en el pensar, lo que no significa que una persona presente deficiencia de inteligencia, sino incapacidad de valorar hechos y acciones.

“Nadie que hubiere poseído el juicio, producto del hábito de pensar y valorar, hubiese votado tan ciegamente como se hizo, dice del Zas, ni consentido la felonía que a la postre cometieron los idiotas morales. Confirman mi aserto las propias palabras de uno de los principales actores del primer cisma intra-cooperativo. Jorge Velasco, en el libro Tiempo de saber, de Julio Scherer, asienta: "La vida se oculta en el futuro. Apenas algunos tienen ojos para la niebla cerrada. Nuestro caso fue dramático: llevábamos los ojos en la nuca […]
Provocamos la exclusión de nuestros compañeros; (a sugerencia) agredieron a los dirigentes formales de la cooperativa y se dijeron agredidos, la vieja táctica de la provocación […] Me negué a la claridad, neurótica mi ceguera. Gobernación pagaba y Gobernación nos marcó el alto cuando lo juzgó oportuno."

Es aquí donde la responsabilidad recae en los directivos de aquella época. Desatendieron y en algunos casos obstaculizaron una labor que era primordial: la comunicación y educación hacia el grueso de los cooperativistas. En la actualidad lo que queda de la cooperativa, con directivos mediocres, sin arrestos para reclamar legalmente a los responsables del saqueo, la sociedad se deteriora día a día esperando su enajenación. Diversa hubiese sido la historia de la cooperativa si los directivos hubieran tenido la visión de formar y crear una institución forjada en una solidaridad orgánica cuya carga vital —basada en reglas y valores que no se agotaran al paso del tiempo— no derivara en un agrupamiento de solidaridad mecánica ávida solamente de beneficios económicos.

Quizás en la organización cooperativa hay algo de diabólico. En ocasiones se cumple la profecía de la serpiente: seréis como Dios en su doble faz: grandeza y perversión, advierte el periodista.

No obstante ello, desde que comenzó la insidia, más de 5 años ya, hasta hoy podemos ver diariamente movilizaciones de los cooperativistas que aun mantienen la esperanza de que se haga justicia en un caso tan bullado y tan poco apoyado por otros medios de comunicación.

Es así como todas las mañanas, desde hace dos años, más de un centenar de ex miembros de Excélsior, se atrincheran fuera de la Procuraduría General de Justicia de México (PGJ) con carteles, trompetas y canticos exigiendo justicia. Todos ellos mayores de 65 años y muchos ya acompañados de familiares, pues la edad les puede jugar una mala jugada. Ya van más de XX que han muerto esperando respuesta de la justicia.

Mientras ellos están organizados, con abogados que los representan y buscan distintas formas de ingresar a la PGJ para ser escuchados y encontrar solución a sus problemas, al despojo del que han sido objeto, el Procurador no los ha recibido. El parlamento ha recibido los comunicados y ha discutido sobre el tema, pero no han logrado la fuerza suficiente para conseguir respuestas contundentes que reflejen el deseo de entregar respuestas satisfactorias a los demandantes.

El viernes 27 de junio de 2008 y antes de las diez de la mañana ya se encontraban, nuevamente, el grupo cooperativo de Excélsior fuera de la PGJ, esperando junto a sus dirigentes y representantes que el Sub Procurador de Justicia, los recibiera. La cita ya estaba acordada para la una de la tarde.

En primera instancia estaba fijada para el día lunes 23, sin embargo a los lamentables hechos acontecidos en la discoteque New’s Divine, y los graves problemas que le ha traído al cuerpo policial a cargo del operativo, donde fallecieron 14 menores, de entre 14 y 17 años, el Sub Porcurador se contactó con los representantes solicitando comprensión y dejar la cita para el viernes a la una de la tarde.

Los asistentes de “E Grupo” entre cantos y gritos exigiendo respuestas, no dejaban de reflejar una pequeña esperanza en que en esta ocasión serían recibidos para ya encontrar una nueva luz que los guiara hacia una pronta solución. Nada de esto sucedió, a las 13:30 hrs, los representantes fueron informados, a través de una funcionaria, que no podrían ser recibidos por el Sub Procurador. Sin mayores respuestas, sin lógica y con la dignidad nuevamente pisoteada.

Los reclamos no se hicieron esperar, pero nada sirvió, tomaron sus lienzos y comenzaron la caminata hacia el centro histórico, el Zocalo, para continuar denunciando. “No nos cansaremos de exigir, de reclamar justicia. Por los trabajadores, sus familias y por los que ya no se encuentran entre nosotros, los que ya murieron esperando justicia” enfatizó Eduardo Alejandro Zepeda Soria, uno de los representantes de “El Grupo Cooperativista de Excélsior”.

La autora es periodista chilena.Colaborada de Crónica Digital.

Ciudad de México, 2 de julio 2008
Crónica Digital  

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