domingo, 27 de febrero de 2011

El ciudadano.cl 31 de Diciembre, 2010

CAS: un cementerio de muertos que caminan


Fin de huelga de hambre en el CAS, después de 17 días.
Más de 100 presos de la Cárcel de Alta Seguridad (CAS) sumaron 18 días en huelga de hambre con el fin de denunciar tratos vejatorios y regímenes que atentan contra la integridad física y sicológica tanto de las familias como de los mismos internos. En el módulo sur convive la población común con enfermos de VIH (SIDA) sin contar con las más básicas precauciones para evitar contagios. Los convictos en huelga evaluaron radicalizar sus posturas, amenazando con iniciar en cualquier instante una huelga de hambre seca. Sin embargo, ayer por la tarde lograron algunos acuerdos que les permitió deponer la huelga.
Pasaron 17 días desde que al menos 100 reos de la Cárcel de Alta Seguridad (CAS) comenzaran una huelga de hambre para exigir reivindicaciones de distinto tipo que les afectan diariamente en sus vidas de encierro. Hoy sus familiares y amigos que desde la calle los apoyan, están más tranquilos pues temían que los reclusos se vieran más afectados de salud o que sufrieran represalias.
En la cárcel de Alta Seguridad (CAS) los denominados presos sociales y algunos presos políticos también decidieron enfrentar esta situación con una huelga de hambre que les permitiera mejorar algunas de las condiciones inhumanas y distintos conflictos que sostienen al interior del recinto penal. Reclaman que esta cárcel los mantiene invisibilizados ante la sociedad, tanto por las características de la cárcel como por la prensa nacional.
A través de la huelga de hambre, los internos lograron algunos acuerdos que tienen relación con el régimen interno del penal. Es así como consiguieron que las visitas se aumentaran en una hora más y que el número de castigos antes de ser trasladados al módulo de máxima seguridad fuera mayor. Hasta ayer, el presidiario que era castigado 3 veces dentro del módulo de alta seguridad era trasladado al de máxima seguridad, donde el régimen es absolutamente más rígido. Con la huelga consiguieron que sólo después de 4 castigos fueran trasladados.
Después del magno incendio que afectó a la cárcel de San Miguel, donde en la madrugada del 8 de diciembre murieron calcinados 81 presos que purgaban distintas condenas, dejó en evidencia la deficitaria infraestructura del recinto penal y los malos tratos que recibían. Y, aunque esto nunca fue un tema desconocido por la ciudadanía y menos por las autoridades, sí este lamentable hecho visualizó, cruelmente, las condiciones infrahumanas en las que se encuentran las personas privadas de libertad.
TRATOS ABUSIVOS
Axel Osorio, ex recluso del CAS y quien forma parte del grupo de apoyo a los presos de esta cárcel, asegura que “más de un centenar de convictos decidieron iniciar la huelga de hambre buscando que sus demandas, legítimas, sean escuchadas”. Los emplazamientos se enmarcaron en el respeto de los beneficios carcelarios a los que los reclusos que cumplen con las formalidades requeridas tengan acceso a ello. “A muchos no se les ha respetado la salida dominical y en otros casos, el permiso especial, el que es utilizado cuando un familiar directo fallece para asistir al funeral. Esto lo han negado por el simple hecho de estar interno en la cárcel de alta seguridad”, dice Osorio.
Por otra parte, el ex presidiario, afirma que existen diversas situaciones que afectan física y sicológicamente a los reos. Por ejemplo, el trato indigno que reciben sus familiares al momento de las visitas. “Los gendarmes les dan a los familiares un trato abusivo, indigno y prepotente. De hecho, asegura, las mujeres siguen siendo tocadas de manera grosera antes de ingresar al recinto aunque tienen los elementos tecnológicos para evitar esta situación”.
En efecto, el CAS cuenta con paletas que se pueden pasar sobre el cuerpo de la visita para detectar metales. También dentro de este recinto carcelario existen sillas especiales y altamente tecnologizadas, lo que permite a gendarmería revisar a las visitas sin siquiera tocarlos, a través de dispositivos que se encuentran conectados a las sillas y que al momento de sentarse en ellas el dispositivo entrega toda la información directamente a pantallas desde donde los gendarmes pueden ver con claridad elementos prohibidos.
FAVORITISMO DENTRO DEL CAS
Los reclusos del CAS alegan que la posibilidad de reinsertarse o realizar actividades que los mantengan ocupados tanto física como sicológicamente, por ejemplo, talleres. Esto no está contemplado para todos los reos. El único taller que existe, hasta la fecha, es el de mueblería al que sólo pueden acceder 15 presidiarios “y el criterio de selección que se aplica para ingresar a este taller, afirma Osorio, nunca ha sido claro. Situación radicalmente distinta en relación con otros presos, los que tienen mayores beneficios dentro de la cárcel, como el caso de Claudio Spiniak , Rafael Maureira Trujillo, alias Zacarach y unos cuantos más, a los que se les permite trabajar en talleres de cuero, pintura y actividades físicas. Hay favoritismo”.
Para el resto de la población penal todo esto está limitado al máximo, por lo que algunos de los reos, con el objeto de mantener alguna actividad se convierten en lo que en vocabulario “canero” denominan “mocito”. Son hombres que trabajan, generalmente, bajo las órdenes de un preso que tiene un prontuario mucho más contundente que el resto, convirtiéndose en una especie de autoridad frente a un grupo importante de los reclusos. En este caso, los mocitos del CAS se convierten en sirvientes de los gendarmes y realizan tareas tales como hacer el aseo en zonas especificadas, pasillos, por ejemplo. Así como tampoco pueden acceder a estudios superiores, por lo que las posibilidades de reinserción verdaderamente son nulas.
Más grave aún se torna la vida y convivencia en el módulo de “Máxima Seguridad” que tiene capacidad para 160 personas y en la actualidad se encuentran privados de libertad entre 140 a 160 hombres ahí. Los reclusos se encuentran en sus celdas 22 horas diarias, contando sólo con 2 horas para salir a un espacio reducido (9 por 7 m aproximadamente) donde se encuentran 30 personas cada vez.
La diferencia fundamental que existe entre el CAS y otras cárceles del país, es que en el CAS prácticamente no existen hacinados, sin embargo, las celdas son igualmente pequeñas. Pero uno de los hechos más significativos y que afecta la salud de los internos es el horario de encierro, a las 16:30 horas, hasta el próximo día. La rutina se convierte en una gran enemiga. Los reclusos salen al patio dos horas diarias divididas en una hora en la mañana y una hora por la tarde. El espacio que comparten todos, es pequeño y no tienen nada que hacer y “la convivencia se torna complicada, se arman discusiones y cahuines, afirma Osorio, pero no llegan a riñas internas, como es el caso de la Penitenciaría, donde los reos llegan incluso a agredirse gravemente disputándose una baldosa”.
INTENTOS DE SUICIDIO AL INTERIOR DEL PENAL
Aquí tampoco se les permite a los familiares ingresar lápices, si alguno pretende escribir algo, un cuento, su experiencia, etc. Y en ocasiones, enfatiza Osorio, les privan de comidas, de visitas conyugales, etc. En estas condiciones deben esperar al menos 6 meses para ser trasladados a otros módulos. Tuve que presenciar intentos de suicidio de algunos compañeros porque no soportaban tanto encierro. De hecho, asistí a uno de ellos, que intentó ahorcarse porque no le permitían la visita conyugal”.
Otro de los temas que complica a la población penal es que no existe una separación de reos que son portadores del VIH (SIDA), por lo que comparten a diario con el resto de la población común, en el pabellón sur, donde la infraestructura no es la adecuada para la atención que los que se encuentran enfermos necesitan y merecen. El riesgo de contagio es una bomba de tiempo y que la enfermedad se agudice es inminente.
VISITAS RESTRINGIDAS AL MÁXIMO
Axel Osorio estuvo recluido en esta cárcel durante 14 meses, y para salir de ahí realizó también una huelga de hambre que se extendió por 50 días para que las autoridades escucharan sus demandas. Sólo 5 meses después logró su traslado.
“Viví situaciones que son realmente vejatorias, donde derechos tan básicos no son respetados. Por ejemplo, dice Osorio, yo soy vegetariano y no existe posibilidad que se respete esta condición, por lo que pasaban días en que yo no podía comer porque a la comida, que además de mala, llevaba carne. Reclamé por esto y la dieta me la negaron”.
El horario de visitas fue otro tema que demandaron los presos del CAS. El régimen de visita era de 6 horas a la semana, dividida en 3 horas para ver a las familias de manera directa, cuerpo a cuerpo y las otras 3 horas a través de los teléfonos instalados en el locutorio. Desde hoy cuentan con una hora más para mantener contacto directo con sus familiares.
Por otra parte, las visitas que pueden recibir son reducidas a la familia directa, padre, madre, hermanos, hijos y sus mujeres. Es imposible que amigos les puedan visitar, por lo que la sensación de aislamiento es mayor que en otros recintos penitenciarios.
LA HUELGA CON MAYOR CONCIENCIA
Hasta ayer, los presos sociales y políticos del CAS evaluaban la posibilidad de agudizar la postura, es decir, estaban pensando en continuar con una huelga de hambre seca. Donde el deterioro físico de los reclusos es rápido afectando la salud de manera, muchas veces, irreversible.
Según Osorio, el hostigamiento que han sufrido sus ex compañeros de cárcel, se agudizó después del incendio de la cárcel de San Miguel.
Los convictos han ido comprendiendo que, independiente de las razones por las cuales fueron condenados, aún mantienen algunos derechos que son básicos, como a recibir un trato digno y a mejorar aspectos que dentro del encierro afectan de manera considerable la parte sicológica del que se encuentra privado de libertad. La familiar de uno de los reos que se encontraba ayunando y que prefiere mantener su nombre en anonimato, afirma que “nuestros familiares recluidos realizaron un llamado al cura Baeza para que interviniera en esta triste situación, pero no recibieron respuesta alguna, es por eso que pensaban en continuar con la huelga de hambre seca”.
Osorio, por su parte, señala: “En el CAS, las huelgas son constantes, siempre hay reos que comienzan con una huelga de estas características para presionar ya sea para que revisen sus casos, para que los dejen ver a sus esposas, para obtener más tiempo de visitas o por cualquier otra situación que les afecta de manera directa. Lo que pasa es que a la prensa no le interesa este tema por lo que los compañeros se sienten confinados en el silencio. Este centro penitenciario es un verdadero cementerio con muertos que caminan cada ciertas horas”.
Es necesario señalar que los presos comunes, o sociales como se denominan, son personas que ven la huelga de hambre de una manera muy distinta a los presos políticos. Los presos sociales son mucho más impetuosos, radicales y hasta más viscerales. Quizá por el mismo hecho que la sociedad y las autoridades los clasifican como “lacra social”. Por lo que se revelan de una manera distinta y, para ellos, el tema pasa por resolver rápidamente las demandas o ir hasta las últimas consecuencias, sin prepararse para una actividad como ésta con anterioridad. Es decir, no se alimentan de manera adecuada para iniciar la huelga, no están fortalecidos ni física ni sicológicamente para enfrentar los días de hambre, por lo que el desgaste es mayor poniendo la salud e incluso sus vidas en riesgo.
Si bien los internos no lograron todo lo que demandaban, están un poco más tranquilos y contentos con lo que alcanzaron, principalmente, se alegran porque al menos pudieron visibilizar su existencia ante la sociedad, en cierto modo, durante poco más de dos semanas de huelga rompieron con el silencio y el encierro.
Por Claudia Molina B.
El Ciudadano

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